Me duele en lo más profundo, pensar que puede que tengáis razón sobre la sociología española. Siglos de corrupción, indolencia y picaresca de la clase dirigente, en la que el modelo a seguir era el aristócrata que no trabajaba, con la permanente persecución y eliminación de los heterodoxos, en sentido amplio, es decir, de los que pensaban diferente o aspiraban a una sociedad más dinámica y moderna; en un país que ha sofocado todas las revueltas, se ha matado a tanta gente, se ha metido en los huesos el miedo a pensar diferente.
«El que saca la nariz, se la cortan», «la política para el que viva de ella», «toda la vida ha habido ricos y pobres», «el pez grande se come al chico», «por donde pasan unos, pasaremos otros»… son refranes arraigados en el pensamiento colectivo de un país de temerosos, dóciles e imitadores a los que mandan, desde siempre.
Es verdad, somos un país corrupto, que vota corruptos sin ningún problema porque probablemente la mayoría robaría si gobernase. Pero también es verdad que, a pesar del lastre de nuestra historia, siempre ha existido un buen puñado de gente valiente, diferente, con ansias de cambiar las cosas, con voluntad transformadora, que impulsa una nueva moral colectiva sin privilegios eternos para unos pocos y miseria moral y económica para todos.
Existe la rebeldía, a pesar de todo, y gente que ha preferido y prefiere morir de pie que vivir arrodillado. Creo que estamos en el tiempo histórico de volver a decir que somos muchos los que queremos cambiar esta triste, pícara, indolente, injusta, inmoral y saqueada España.