La discriminación laboral ha estado siempre presente en nuestros puestos de trabajo: no es nada nuevo ni una consecuencia de la crisis que ha podido acentuarla en ciertos ámbitos, por lo que no es lícito suavizar su gravedad o excusarla por la fuerte crisis que vivimos, en los últimos años, gracias a este sistema capitalista y a los principios del continuo crecimiento económico que los sindicatos y las izquierdas tradicionales han venido propiciando como panacea.
Con y sin crisis, el art. 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) señala nuestro derecho a tener un trabajo que escojamos libremente, el derecho a ser tratados en condiciones equitativas y a ser protegidos contra el desempleo. También, señala que, sin discriminación alguna, tenemos derecho a igual salario por trabajo igual.
El Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores y de las Trabajadoras, siempre ha de ser un día reivindicativo y de reconocimiento de la lucha como garantía de los derechos: al trabajo digno, a una jornada laboral que posibilite conciliar el trabajo obligatorio con la vida social, a un salario y prestaciones sociales suficientes -bien cuando se tiene empleo y, también, cuando no se tiene-, a pensiones adecuadas para vivir con dignidad, a la libertad sindical y de negociación colectiva, a la lucha contra la explotación de menores, a la no discriminación por sexo, raza, religión, orientación sexual…
En el Estado español, durante estos años de crisis -estafa del sistema capitalista-, algunos derechos laborales han desaparecido gracias a dos Leyes de Reforma Laboral y de la Seguridad Social y gracias a este golpe de estado que gobiernos, poderosos y empresarios han dado contra “su estado social y de derecho” y que nos ha hecho retroceder laboral, social y políticamente a tiempos del capitalismo caciquil y medieval, situándonos ante el espejo que nos devuelve a la realidad del horror, donde ya se nos garantiza por su parte que “el futuro aún será peor para la mayoría social”.
Este es el futuro-presente que nos tienen diseñado:
- Seis millones de personas en paro, desahuciadas del empleo y negándoseles su derecho más esencial: el derecho a “ganarse la vida”. Por extensión, nos niegan la protección ante estados de necesidad: sin prestaciones sociales ni Rentas Básicas suficientes para vivir dignamente.
- Más de medio millón de empleos públicos destruidos, haciendo de los servicios públicos “organismos ineficaces”, con sus políticas de recortes, de no inversiones, hasta llevarlos a la desaparición. Al no cubrir las necesidades básicas de las personas, encuentran la “excusa perfecta” para traspasar al mercado y a sus amigos empresarios privados, miles y miles de millones en un descarado robo del patrimonio público, de lo que es de todos y todas.
- El derecho a la Negociación Colectiva y a la Libertad Sindical han sido arrebatados a los trabajadores y las trabajadoras, a sus organizaciones sindicales, para que la voluntad unilateral de los empresarios sea quien organice, a su antojo, el trabajo y la vida, convirtiendo a la persona asalariada en una mera mercancía de usar y tirar.
- El empobrecimiento material de millones de trabajadores y trabajadoras a través de mecanismos como el recorte masivo de las rentas salariales lo que está generando una de las sociedades más desiguales del mundo.
- Y, cuando las personas salimos a la calle en defensa de estos derechos básicos, esenciales para una vida mínimamente digna…, tratan de amordazarnos, de acallarnos, con sucesivas leyes cada vez más liberticidas (ley de seguridad ciudadana, ley del aborto, ley de huelga, ley de jurisdicción universal…) y represión policial absolutamente desproporcionada.
Este Primero de Mayo, como todos, tiene que seguir siendo el día en que millones y millones de trabajadores y trabajadoras, digamos basta y llenemos nuestras vidas cotidianas, no de sufrimiento ni desesperación, sino de libertad, imponiendo a gobiernos, empresarios y poderosos, otro Orden Social, otro sistema, donde el reparto del trabajo y de la riqueza haga que una vida digna para todas las personas sea posible aquí y ahora.
Y es en este cambio de sistema en el que también estamos en la obligación de trabajar: por el decrecimiento, la destecnologización, la despatriarcalización y la descomplejización de nuestras sociedades como dice Carlos Taibo:
Hay que decrecer por cuanto vivimos en un planeta con recursos limitados y no parece que, en semejantes condiciones, tenga sentido la apuesta por un crecimiento ilimitado. Pero hay que hacerlo también por cuanto hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la Tierra nos ofrece. Esto al margen, estamos obligados, en nuestra lucha contra el capitalismo, a repartir el trabajo –una vieja demanda sindical que infelizmente fue muriendo con el paso del tiempo-, a reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte que empleamos; a recuperar la vida local en un escenario de reaparición de la autogestión y la democracia directa, y, en fin, a asumir un estilo de vida marcado por la sobriedad y la sencillez voluntarias. Hay que pelear también por destecnologizar nuestras sociedades ya que todas las tecnologías creadas por el capitalismo llevan por detrás la impronta de la explotación, de la jerarquía y de la división del trabajo. Bastará con recordar al respecto lo que ocurrirá si a sociedades como las nuestras dejan de llegar los suministros de petróleo: todo lo que tenemos se desmoronará de la noche a la mañana.