Por Toni Roderic, Secretario de Organización de la Confederación de Los Verdes · Els Verds · Berdeak · Os Verdes.
La guerra de Irak causó un millón de civiles muertos, más de cinco millones de desplazados y unos daños materiales incalculables. Bush, Aznar y Blair, las potencias occidentales, daban por bueno el balance ya que en su estupidez pensaban que podrían crear de la nada un sistema democrático en el que los chiíes actuarían como freno del nacionalismo árabe y propalestino de los suníes. El petróleo de Irak, en manos de un Gobierno supuestamente prooccidental, serviría de contrapeso al poder de Arabia Saudí. Era una especie de efecto dominó en favor de la democracia partiendo de un país que nunca había tenido unas elecciones libres.
¿Cómo pudieron pensar algo así en Washington cuando la mayoría de los nuevos líderes chiíes había pasado su exilio en Teherán y eran fieles aliados de Irán y, por tanto, estaban muy alejados de las ideas políticas occidentales? Es un misterio que sólo se explica por la ceguera habitual en los imperios: no importa cómo de evidentes sean sus intromisiones en otros países, ellos siempre las contemplan como una mezcla de generosidad e inteligencia.
¿Cómo lo pudo pensar Blair cuando seis de los principales expertos británicos en Oriente Próximo y seguridad internacional le advirtieron en 2002 de que las consecuencias del ataque podían ser “catastróficas”? Si los americanos actuaban de una forma burda, Blair -el de la tercera vía socialdemócrata europea- lo hacía porque cree que la guerra debe ser el estado natural de la política occidental en Oriente Medio. Y eso va a favor de sus intereses comerciales. Blair obtiene grandes beneficios económicos con las monarquías feudales del Golfo Pérsico o con dictaduras como Kazajstán. Lo mismo que cierta casta oligárquica española.
¿Cómo pudo pensar eso Aznar? Lo difícil no es comprobar el pensamiento de Aznar, lo difícil es comprobar que Aznar pensase algo. Él ya quedó pagado de poderse hacer la foto en el rancho de Bush, hablando en tex-mex y poniendo los zapatos encima de la mesa. Aunque para eso hubiera habido de mentir gravemente, de manera contrastada, a toda la población con la farsa de las armas de destrucción masiva. Y que tuviéramos que padecer ciento noventa muertos en el caso del 11-M, muertos que son consecuencia directa de la intervención ilegal en Irak y sobre los cuales Aznar mintió y manipuló como nunca se había atrevido ningún gobernante español.
Pero es que las consecuencias de aquella fatídica guerra, sin el aval de las Naciones Unidas, es aún mucho mayor. La actualidad de la guerra civil entre chiíes y suníes, el ascenso de los yihadistas y de Al-Qaeda en la zona ponen de relieve que el derrocamiento de Sadam Hussein fue un acto torpe, sin previsión alguna de futuro, cuyas consecuencias estamos viendo en las últimas semanas en Irak.
Derrocar a Sadam acabó con el dique de contención que suponía para la extensión de las ideas yihadistas en Irak, favorecidas, desde entonces, por el factor nacionalista de lucha contra un ocupante extranjero y después por los errores de esa posguerra que contribuyeron de forma decisiva al caos subsiguiente. El más citado es la disolución del ejército iraquí: alimentó las filas de la resistencia de oficiales con experiencia militar y acabó con una de las instituciones que podían haber servido de campo de pruebas para la coexistencia entre suníes y chiíes. Y acabó, también, con un factor de estabilidad en Oriente Próximo.
Ante todas estas nuevas masacres, ¿qué responsabilidad hemos de pedir a Bush, Aznar y Blair? ¿No son suficientes tantas muertes, tanto sufrimiento, tanta inestabilidad futura, tanto genocidio por tantas partes, para que puedan ser juzgados por los tribunales internacionales? ¿Han de quedar impunes tantas muertes? ¿Un criminal de guerra es sólo el actor directo de las masacres de seres humanos? ¿O lo son, principalmente, los responsables políticos y militares?