En breve, el 10 de diciembre, nos ubicaremos a las puertas de una celebración importante ya que en 2018 se conmemorará el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y deberemos trabajar con más ahínco para recordar, como dice esta declaración en su artículo primero que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros«.
Y, si me lo permiten, digo con más ahínco, pues es palpable que en pleno siglo XXI, en la llamada «era de los derechos» o el «tiempo de los derechos”, y a pesar de que los derechos humanos son derechos inalienables ínsitos en la misma naturaleza humana, y que los mismos deben marcar las relaciones internacionales y pese a que han inspirado magnos preceptos en los textos constitucionales actuales, como los derechos fundamentales plasmados en nuestra Constitución, todavía hoy, no se respetan en su total integridad y son vulnerados a lo largo y ancho del planeta.
Basta citar la crisis de los refugiados, las minorías étnicas, la discriminación de la mujer, la tutela de la libertad religiosa y el reconocimiento de su contenido, los pueblos perseguidos y sin territorio, las personas desahuciadas, las que carecen de asistencia sanitaria, el hambre y la pobreza que asola millones de personas en el mundo, los presos políticos, etc…
Por ello, no solo es necesario sino imprescindible sensibilizar y concienciar a la sociedad en la promoción y defensa de los derechos humanos que es, en definitiva, respetar a la persona y a su dignidad, pero no solo en nuestro entorno sino a nivel planetario, global. Debemos ayudar a aprender que, cuando se produce una vulneración de un derecho humano en nuestras antípodas, están vulnerando nuestro derecho y debemos reaccionar frente a ese ataque flagrante contra nuestra dignidad como seres de la misma especie.
Es tarea ardua, difícil. Soy consciente de ello y asalta la duda: ¿cómo se puede conseguir?
Sin duda con formación, con educación, con el apoyo incondicional de la cultura. Debemos mantener el esfuerzo y una preocupación constante por conseguir la promoción y defensa de los valores superiores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político, pues así lo exige el art. 1 de nuestra Constitución. Por ello debemos insistir en el aprendizaje, comprensión, aplicación y exigencia del cumplimiento del respeto a los derechos humanos.
Pero, no es tarea solo de las instituciones, ni de los juristas en exclusividad esta formación, es cosa de todos nosotros, de las instituciones públicas, de las entidades privadas, de cada ser individualmente considerado el conseguir una educación en valores para todas las edades, desde la más tierna infancia hasta la más longeva madurez. Solo así, lograremos que al integrar estos derechos en nuestro comportamiento cotidiano, nuestras acciones de verdad constituyan ejemplos de respeto, promoción y defensa de los derechos humanos y consigamos realmente respetarlos, promoverlos y defenderlos.
Creo firmemente que con formación, educación y cultura es como se puede garantizar establemente una convivencia pacífica, contribuyendo a una sociedad justa y fortaleciendo así el Estado social y democrático de derecho que nuestra Constitución reclama.
Parafraseando a la única mujer que, en 1948, estuvo en la Comisión de redacción de la declaración universal, Eleanor Roosvelt, si ella decía que “No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella. Y no es suficiente con creer. Hay que trabajar para conseguirla”, nosotros, hoy, podríamos decir que no basta hablar de derechos humanos, uno debe creer en ellos y no es suficiente con creer: hay que trabajar para conseguirlos.
Así pues, ¡a trabajar!