Cada 30 de noviembre, se honra a los damnificados por armamento químico a través del Día de Conmemoración de Todas las Víctimas de la Guerra Química, el cual fue establecido por la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas de la ONU.
La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas tiene la labor de comprobar la destrucción de las armas químicas existentes y asegurarse de que no se vuelvan a usar y, además, asiste a los Estados miembros si son víctimas de amenazas o ataques con este tipo de armas.
La Organización de las Naciones Unidas consideró que esta conmemoración «(…) será una oportunidad para rendir homenaje a las víctimas de la guerra química, así como para reafirmar el compromiso de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) para la eliminación de la amenaza de las armas químicas, promoviendo así las metas de la paz, la seguridad, y el multilateralismo«.
La primera vez que se utilizaron los agentes químicos a gran escala fue durante la Primera Guerra Mundial, empezando en la Segunda Batalla de Ypres, el 22 de abril de 1915, cuando los alemanes atacaron a las tropas francesas, canadienses y argelinas con cloro. Desde entonces, se utilizaron un total de 50.965 toneladas de agentes respiratorios, lacrimógenos y vesicantes por ambas partes, incluyendo cloro, fosgeno y gas mostaza. Las cifras oficiales hablan de alrededor de 1.176.500 heridos y 85.000 muertos causados directamente por los agentes químicos durante la guerra. El Tratado de Versalles al finalizar la Gran Guerra prohibió la utilización de agentes químicos en las guerras.
En 1920, los pueblos árabes y kurdos de Mesopotamia se rebelaron contra la ocupación británica con grandes pérdidas por parte de los europeos. Según la resistencia mesopotámica ganaba fuerza, los británicos la reprimieron con medidas cada vez más agresivas e, incluso, el propio Winston Churchill, como Secretario de las Colonias, autorizó el uso de agentes químicos -principalmente, gas mostaza- contra la resistencia. Churchill explicaba a la opinión pública británica que: “no entiendo la repugnancia sobre el uso del gas. Estoy muy a favor del uso del gas contra tribus incivilizadas«. La oposición al uso del gas y las dificultades técnicas puede que impidieran su uso en Mesopotamia. Las armas químicas causaron tanta miseria y repulsión en la Primera Guerra Mundial que su uso se convirtió en la peor atrocidad en la mente de la mayoría de las personas de la época. Tanto es así que, en 1925, dieciséis de las mayores naciones del mundo firmaron el Protocolo de Ginebra, comprometiéndose a no usar nunca gases o armas bacteriológicas.
Durante la Guerra del Rif, en el Marruecos ocupado por España, empresas alemanas asesoraron y supervisaron la investigación, producción y utilización de armás químicas por parte de las fuerzas españolas en África. El ejército español -los africanistas que después iniciaron la rebelión contra la Segunda República-, al mando de Primo de Rivera y de Alfonso XIII de Borbón, tuvo el dudoso honor de ser el primer ejército mundial que utilizó armas químicas contra la población civil disparando bombas de gas mostaza, iperita y fosgeno principalmente en un intento por parar la rebelión bereber y como venganza a las derrotas que sufrían por parte de los rifeños de Abd el-Krim. La Asociación para la Defensa de las Víctimas de la Guerra del Rif considera que los efectos tóxicos de aquellos bombardeos, que tuvieron lugar entre 1923 y 1927, se siguen sintiendo en la región del Rif.
En 7 de septiembre de 2005, Esquerra Republicana de Cataluña expuso una proposición no de ley en el Congreso de los Diputados en la que solicitaba que España reconociese el uso «sistemático» de armas químicas contra la población de las montañas del Rif. Dicho proyecto fue rechazado en la comisión constitucional del congreso, el 14 de julio de 2007, por 33 votos en contra frente 3 a favor. Tanto el PSOE en el gobierno como el PP en la oposición, las dos formaciones políticas mayoritarias en las Cortes, votaron negativamente la iniciativa.
Nunca hasta ahora, el Estado español se ha disculpado por sus acciones. Sebastian Balfour, de la London School of Economic, no tiene la menor duda: “España debería al menos lamentar la utilización de bombas químicas y reconocer el sufrimiento que causaron”. Y continúa: “La brutalidad de una guerra colonial, como la del Rif o como la de Irak, tenía una dimensión racista”, porque los europeos habían renunciado por el Protocolo de Ginebra a enfrentarse entre ellos con armas químicas pero no tenían reparos en utilizarlas “contra pueblos supuestamente no civilizados”.
Aunque solo fuera por humanidad, por fomentar la buena vecindad y por reparar los enormes daños causados población civil -tanto el rey Borbón, como el ejército colonialista español y los políticos españoles herederos de aquellos que no dudaron en utilizar métodos criminales contra la mismal-, el Gobierno español debería dar pasos para cerrar un capítulo vergonzoso de nuestra historia.