Ante la imposibilidad de formar gobierno, ante unas elecciones que se ven venir, surgen voces -ahora, sí- preocupadas por la duración y coste de las campañas electorales. Así, hemos escuchado de todo un Ministro de Justicia -en funciones- que estaría bien reducir la campaña “para no atormentar a los ciudadanos con dos semanas de mítines” y “para no dar tanto la lata”. Rafael Catalá no es el único aguafiestas y su compañero de filas, Pablo Casado, plantea “un formato más de mítines o de actos sectoriales”. Antonio Hernando, desde el PSOE, propone suprimir el mailing. En Podemos, Ciudadanos e IU, verían bien reducir gastos. En definitiva, parece que hay consenso.
Por supuesto, la caverna mediática -medios y periodistas al servicio de los partidos de la oligarquía y de la oligarquía misma- se apunta a la campaña de chichinabo y -como si desconociera que no hay tiempo material para modificar la ley que regula el Régimen Electoral General- prepara el terreno para un “pacto entre caballeros“ repitiendo hasta la saciedad argumentos rimbombantes pero sin sustancia: que unas nuevas elecciones suponen un fracaso colectivo, que la población está cansada, que aumentará la abstención y -ahora, sí- que las elecciones son muy caras…
Por supuesto, en la calle y en esos bares cibernéticos que son las redes sociales, a la vista de encuestas y estimaciones que se suceden a la par que conocemos más datos de la corrupción, de la falta de ética de muchos prohombres de la vieja y, también, de la nueva política, de la prevaricación, del blanqueo de capitales, de las irregularidades en la gestión o de las puertas giratorias, se habla de miedo a una larga campaña de casi dos meses.
Por supuesto, no somos pocos quienes exigimos que no se violente la Constitución y que la campaña electoral sea como siempre. Un servidor, por ejemplo, quiere ver lo que son capaces de decir los líderes políticos después de haber dicho unas cosas antes del 20D y de hacer otras después. Un servidor quiere ver el gran debate de candidatos y se pregunta si será a dos como el anterior o si -ahora, sí- la Junta Electoral Central considera que caben todos. Un servidor disfruta de la fiesta de la democracia y de la víspera viendo a los candidatos y a las candidatas bailar, cantar o hacer papiroflexia y, cuando se juntan, escuchar qué se dicen los unos a los otros. Un servidor quiere hacer porras sobre si los españoles votan otra vez corrupción o no y ver si los candidatos llenan sus actos o si sus hooligans están, también, cansados. Un servidor quiere confirmar si hay cambio de programas al amparo de los pactos y conversaciones habidos. Y lo único que un servidor admitiría es que no me envíen mailings -aprovecho para recordarle a Antonio Hernando que estamos en la era de internet y de las webs donde se puede colgar el programa electoral- ya que no va conmigo eso de mucha foto y mucho photoshop y poca propuesta.
En definitiva, un servidor quiere constatar si aún hay algún tipo de esperanza en el régimen de la democracia particular española posfranquista o si sería mejor salir zumbando. Por lo tanto, que no nos hagan ningún favor y que no nos roben ni un minuto de campaña.