El domingo pasado, el 1-O, a pesar de las amenazas, de las coacciones, de las actuaciones de una justicia desprestigiada y de un Tribunal Constitucional inconstitucional, de las palizas, del cierrre de colegios electorales, del despliegue de más de 10.000 policías y de uno de los estados más poderosos del mundo, más de dos millones de catalanes votaron sí a la República Catalana, votaron sí a la autodeterminación.
A pesar de que la caverna mediática madrileña no se había cansado de expandir a los cuatro vientos titulares como estos:
SORAYA: NO VOY A DECIRLE A PUIGDEMONT LO QUE VOY A HACER PARA RETIRARLE LAS URNAS
SAEZ DE SANTAMARÍA GARANTIZA QUE SE IMPEDIRÁ QUE EL 1-O HAYA URNAS EN CATALUNYA
RAJOY: NO HABRÁ REFERÉNDUM EN CATALUÑA EL 1-O PORQUE NO HAY NI URNAS, NI PAPELETAS, NI CENSO.
Pues bien, ni con toda la policía del Estado, ni con el CNI al mando de Soraya, ni con la guerra mediática, ni con las cloacas del Estado, con toda la maquinaria de uno de los estados, dicen, más poderosos del mundo, que nació después de Adán y Eva, trabajando para impedirlo, no pudieron encontrar ni una sola miserable urna antes del 1-O. Ni una. Y hubieron urnas, papeletas, censo y recuento. Y observadores internacionales. Y prensa internacional que le contaron a todo el mundo el anhelo de los catalanes, su fuerza pacífica y su decisión. A pesar del vergonzoso proceder de la policía de uno de los estados más poderosos del mundo, dicen.
Todo esto no hubiera sido posible sin que miles de catalanes no hubieran defendido los colegios electorales de todos los barrios de todas las ciudades catalanas -con riesgo de su integridad física. Ni hubiera sido posible sin la tradición catalana asociativa centenaria, ni sin la historia clandestina de resistencia al franquismo y a todos los represores del Estado desde hace 300 años. Sin que, con el máximo secreto y por los mismos pasos de frontera donde hace cuarenta años cruzaban exiliados o militantes cargados de propaganda, durante el mes de septiembre, pasaran también buena parte de las urnas y las papeletas que, desde Elna (en el Rosellón), se repartieron al otro lado de una frontera virtual. Ni hubiera sido posible sin la voluntad de votar. Ni sin la organización del Govern de la Generalitat, ni de las asociaciones cívicas, algunos sindicatos, bomberos, mossos y la CUP.
El Estado no solamente perdió la noción de la realidad y quiso imponer “su razón” enviando salvajes “a por ellos” a pegar a gente desarmada. También perdió el relato y las razones de un país democrático occidental que nunca ha sido porque “Franco lo dejó atado y bien atado”. Afortunadamente, los periodistas occidentales han dado fe de sus actuaciones. Aunque la caverna mediática española, el aparato de propaganda del Estado, sus periodistas a sueldo, intentaban crear un relato fraudulento.
Han entrado en domicilios particulares y empresariales sin orden judicial, han detenido a personas humillándolas innecesariamente, han violado la correspondencia y han hecho cosas que serían un escándalo incluso en un régimen como el turco y que jamás se han visto en la Venezuela a que tanto tenían en la boca. Este Estado que se llena la boca de legalidad es el Estado que dicta a la fiscalía y a sus tribunales políticos lo que tienen que hacer.
Pero a pesar de todo, en este preciso momento, después de haber derrotado al Estado ganando un referéndum imposible -a la barbarie- tenéis aún por delante el último paso: la Declaración de Independencia para proclamar la República Catalana. Aunque los cantos interesados de los que nunca habéis tenido a favor quieran ahora volveros a engañar pidiendo que hagáis marcha atrás porque sino ellos jamás podrán gobernar el Estado. La explosión movilizadora de estos días, el heroísmo de muchas de vuestras madres y la energía derramada en las calles, no puede disolverse en un mar de imprecisiones sobre una futura declaración de independencia, porque esto supondría vuestra derrota lenta y angustiosa. La declaración de independencia debe servir, también, como el mayor escudo contra la represión y la venganza de un Estado que ni pretende negociar ni conoce otro lenguaje que el de la opresión, porque sólo quiere vencer y humillar.
Cataluña demostró hace pocos días que al Estado ya no le vale la violencia para controlar el territorio y la libre opinión de la gente. Son conscientes que no podrán utilizar más violencia. Todo ello mientras el gobierno de Rajoy hace decretos a toda pastilla para favorecer cambios en las sedes sociales de las empresas catalanas. Prueba inequívoca de que el Estado piensa que se declarará la Independencia. El histerismo del Estado no responde al capital que el independentismo ganó el 1-O, sino a la imposibilidad de impedir una Declaració de Independencia y que los Mossos controlen finalmente el territorio catalán. Si se quiere negociar con España, lo que tarde o temprano habrá que hacer en asuntos como el pago de la deuda, lo mejor que se puede hacer es acelerar cuanto antes la aplicación de los rotundos resultados del 1-O. Esperar no nos hace más fuertes, más bien lo contrario.
Nunca habrá un reconocimiento internacional de Cataluña sin Declaración de Independencia, que nadie lo dude, es por eso que hay que hacerla lo antes posible, obedeciendo, precisamente, la ley aprobada por el Parlamento de Cataluña el pasado 7 de septiembre. El relato y los tempos, ahora, los controláis vosotros. La travesía será larga y os encontraréis un camino lleno de dificultades -ya lo sabíais- pero cuando comenzasteis el camino sabíais que deberíais quemar vuestras naves. Travesía o naufragio y la victoria en el horizonte.
No hay nada que esperar más allá de la declaración que setenta y dos diputados y un gobierno había prometido. Hecha la cosa, si España quiere negociar, la conversación será de tú a tú y sin balas. Todo lo que no sea eso es volver al barro del autonomismo, donde Rajoy podrá ganar siempre sin mucho esfuerzo mientras se fuma un cigarro. Esperar es la nueva trampa de los de siempre.
La Declaración de Independencia debe servir como el mayor escudo contra la represión y la venganza de un Estado que solo quiere vencer y humillar.