En lo que llevamos de año, casi 2000 seres humanos han muerto ahogados en el Mediterráneo, cuando intentaban huir de la guerra, del hambre, de la miseria y de la persecución política.
La gran hipocresía de los líderes europeos -que recortaron criminalmente los presupuestos para tareas de salvamento- se reúnen en hoteles de lujo para seguir considerando esta tragedia como un problema policial, de ilegales y de orden público, cuando es un problema humanitario que han creado ellos, fundamentalmente, con sus desgraciadas intervenciones en Irak, Siria y Libia, entre otras, más su política de explotación de las materias primas africanas, la venta de armas y los negocios sin escrúpulos.
Ninguno de los líderes occidentales responsables de estas muertes -y de los asesinatos y muertes en los países en los cuales intervinieron ilegalmente- ha pagado penalmente por ellas, ni tan solo políticamente aunque tienen las manos manchadas de sangre inocente.
Para más inri y vergüenza de la Humanidad, la Unión Europea ha eliminado las ayudas y políticas de salvamento para cambiarlas por la Operación Tritón -de la Agencia Europea de Fronteras (FRONTEX)- que se dedica, únicamente, a la vigilancia. ¡Vaya! La misma política que el gobierno Rajoy, y su sargento chusquero, Fernández Díaz, utilizan en Ceuta y Melilla con vallas, concertinas, pelotas de goma y ahogados también.
Con el último desastre de estos días -y con los cuerpos aún recién ahogados-, el bochornoso ministro español se permitió criticar las posibles ayudas al salvamento de náufragos por el “efecto llamada” dando un ejemplo claro de la podredumbre de sus entrañas y de su incumplimiento de la máxima cristiana -a pesar de su beatería malsana- de “amarás al prójimo como a ti mismo”.
Europa ha demostrado, una vez más, con esta falta de solidaridad que es, únicamente, la Europa de los mercaderes. Ni es la Europa social ni la de las personas. No es por casualidad que las mercancías circulen libremente y las personas sean perseguidas, separadas con vallas, lesionadas con cuchillas, devueltas ilegalmente y dejadas morir ahogadas en nuestro mar de la civilización.
Y, para eso, no sé si nos viene a cuento pertenecer a ese club de matones insensibles, insolidarios y sanguinarios. El género humano nos merecemos algo más.