El Black Friday o Viernes Negro es una jornada de descuentos en cadenas y grandes establecimientos comerciales con gran tradición en EEUU. Se inició en 1961, en Filadelfia, al día siguiente de la festividad de Acción de Gracias, para inaugurar la temporada de compras navideñas. El término Black Friday se refiere al color de las cuentas de los comercios que, ese viernes, pasan de números rojos a números negros por el aluvión de compras. Una jornada que no viene sola ya que, el primer lunes después de Acción de Gracias, llega el Cyber Monday o Ciber Lunes, para promover compras masivas por internet y que, en EEUU, mueve centenares de millones de dólares.
Desde hace unos años, el Black Friday ha sido importado por países como España, a pesar de representar, como ningún otro día, el modelo de consumo que nos llevó a la crisis: despilfarro acrítico y enormes impactos sociales y medioambientales. Y esto nada más empezar la campaña de consumo navideño. Por cierto, en 2017, el 24 de noviembre fue el día de más tráfico en las principales calles comerciales de España, imponiéndose a los primeros días de enero: en la competición entre Papá Noel y los Reyes Magos, el ganador es el Black Friday en solo muy pocos años.
Para que os hagáis una idea del histerismo consumista que arrastra a las clases medias occidentales tenemos el ejemplo del 28 de noviembre de 2008, Viernes Negro teñido de rojo en EEUU: al poco de abrir las puertas de una famosa cadena comercial en Arkansas, moría pisoteado un trabajador de la compañía ante la avalancha de los que se agolpaban en las puertas.
Este modelo de ofertas beneficia, básicamente, a las grandes compañías, oligopolios del descuento, y supone horarios ininterrumpidos y sueldos precarios. Un modelo de incentivos de compra a impulsos que desajusta los ciclos del pequeño comercio y zarandea sus posibilidades de subsistencia.
Además, se trata de un modelo que se aleja del consumo consciente e informado, y del objetivo esencial de conocer la trazabilidad del producto, porque las ofertas esconden, ante la idea de oportunidad única irresistible, sus impactos sociales y medioambientales. Tras los grandes descuentos se encuentra la encarnizada lucha por los precios y las promociones, guía que señala el camino de un modelo productivo globalizado donde la necesidad de reducir costes presiona hasta límites vergonzosos la mano de obra barata.
Algo más de un cuarto de la población mundial, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 2013, forma parte de una sociedad de consumo para clases medias que pone a prueba cada día, en millones de supermercados, tiendas y centros comerciales, el mayor sistema productivo jamás conocido. Aunque se presenta como eficaz, es un sistema incapaz de resolver necesidades básicas como la alimentación mundial, con uno de cada ocho habitantes del planeta sufriendo hambre crónica, mientras un tercio de los alimentos que se producen cada año terminan en la basura según constata la FAO.
El modelo de producción y consumo Low Cost y la estructura oligopolística de las grandes multinacionales no solo ha traído una crisis que castiga la pobreza, sino que ha puesto en jaque la viabilidad de su propia materia prima: el planeta Tierra.
Por todo esto, resulta descorazonador que algunos ayuntamientos de izquierda de nuestro país se sumen gozosos a este Black Friday, promocionando las compras y el consumo desaforado, cuando lo que deberían hacer es promocionar el consumo responsable y la triple R de reducir, reciclar y reutilizar, así como el decrecimiento -un nuevo vocabulario para una nueva época- como respuesta a la necesidad de sostenibilidad.
Cualquier promoción del comercio de proximidad local no puede pasar por la promoción en el día de los oligopolios comerciales: el marco conceptual no es el mismo y no debería coincidir.
#BlackFriday #BlackFraude