Petra K. Kelly nace en 1947, en Günzburg/Danubio. A los 12 años marcha con su familia a Estados Unidos. Durante su etapa universitaria participa en los movimientos ecopacifistas, ecofeministas y pro derechos civiles americanos, llegando a formar parte del equipo electoral de Robert Kennedy. En 1972 regresa a Europa. Tras una fugaz estancia en el SPD (que abandona decepcionada), participa en la fundación de Los Verdes (1979), partido del que se convertirá en uno de sus principales teóricos. En 1983 es elegida diputada federal y desde entonces compaginará la actividad parlamentaria con su dedicación a numerosas iniciativas sociales y humanitarias hasta su muerte (Bonn, 1992).
Declaración personal en el Bundestag (1983)
Todo poder estatal es relativo. Si se entiende la obediencia como elemento de convivencia, la lealtad tiene sus límites allí donde se pone en juego el bien de la comunidad. El sí al Estado es siempre un sí condicionado. La constatación innegable de la injusticia de un mandato es criterio decisivo para la oposición a determinadas prescripciones de la autoridad estatal. (…) La cuestión decisiva es que las leyes del Estado no son leyes absolutas… En determinados casos, en los que están en juego cuestiones de gran relevancia moral, la desobediencia pacífica a la ley, acompañada de determinadas medidas de precaución que ayudan a mantener el respeto a la institución del derecho, no sólo es legítima, sino que se convierte en una obligación de conciencia.
Ternura en la política (1984)
Ser tierno y al mismo tiempo subversivo: eso es lo que significa para mí, a nivel político, ser «verde» y actuar como tal. Entiendo el concepto de ternura en sentido amplio. Este concepto, para mí también político, incluye una relación tierna con los animales y las plantas, con la naturaleza, con las ideas, con el arte, con la lengua, con la Tierra, un planeta sin salida de emergencia. Y, por supuesto, la relación con los humanos. Ternura entre las personas, también en el seno de un partido alternativo y no violento, que apuesta públicamente sin cesar por la suavidad, la descentralización, la no violencia. (…) Nuestro rumbo debe llevarnos, sin compromisos, en otra dirección ecológica. Eso significa ponerse a andar políticamente por la via suave.
Esa vía suave significa aprender a concebir nuestro planeta, incluyendo la atmósfera, los océanos y los continentes, como una unidad orgánica viva. Nuestro ecosistema es el universo. No lo dividamos en fragmentos y caigamos en la falsa creencia de que nos basta con entender una pequeña parte para entender también el todo. Respetémonos a nosotros mismos y a nuestro entorno. La tierra y yo tenemos las mismas raíces. La Tierra la hemos tomado prestada de nuestros hijos. Si queremos materializar una política basada en la ética ecológica, debemos comprender lo que ha dicho Marilyn Ferguson sobre el poder y el amor: «El poder sin amor se reduce rápidamente a la simple capacidad de expoliar y manipular». En un movimiento político ecológico se necesita inexcusablemente solidaridad, paciencia, cooperación, ternura y tolerancia, a fin de que coincidan los medios y los fines.
Discurso ante la Conservation Foundation australiana (1988)
Los grupos y movimientos ecologistas que deseen reparar los terribles daños que se le han hecho a nuestro planeta Tierra, deben dedicar cada vez más su atención no sólo a la crisis del medio ambiente y a los problemas de la biosfera, sino también a la crisis en la economía, la crisis en los procesos de producción y consumo. Los daños causados en todo el mundo por la intervención humana no han sido hasta ahora considerados por ninguna doctrina económica oficial. Al contrario: gran parte de los elementos necesarios para la vida han sido ya destruidos, y otros están seriamente amenazados a causa de decisiones empresariales orientadas exclusivamente a la obtención de beneficios. Nuestro sistema económico acabará por destruir los fundamentos de su propia existencia. A nuestro parecer, lo necesario en el terreno ecológico es al mismo tiempo lo razonable en el terreno económico.