No porque la Luna esté más cerca es más importante que el Sol. No porque algunos conflictos estén presentes en los medios de comunicación, más a menudo, son más importantes que otros olvidados o silenciados. Hoy, queremos ser voz desesperada de una minoría de más de un millón de personas en la República de la Unión de Myanmar -antigua Birmania-, los rohinyás.
Hemos podido conocer, gracias a Time, que cita como fuente a un alto funcionario de la ONU, otro episodio de violencia generalizada y organizada, otro capítulo más de una historia de terror, de genocidio: las autoridades birmanas están usando el ejército para llevar a cabo una campaña de limpieza étnica contra la minoría musulmana rohinyá en el Estado de Rakáin (antiguamente Arakán), en el oeste del país.
Por su parte, la BBC informa que John McKissick, representante de la agencia de refugiados de la ONU, ACNUR, ha denunciado que las tropas birmanas han estado «matando a hombres, disparándoles, matando niños, violando mujeres, quemando y saqueando casas, forzando a estas personas a cruzar el río» hacia Bangladesh, país en el que miles de rohinyás ya han buscado refugio según su Ministerio de Relaciones Exteriores. También, se cuentan a miles la personas que se están acercando a la frontera con la esperanza de escapar.
Si bien la historia rohinyá establece que, en el comienzo del siglo VII, los países vecinos bengalíes comenzaron a establecerse en el territorio de Arakán, fue, en el siglo XIX, momento en que el imperialismo británico obtuvo el control de Arakán, después de la primera guerra anglo-birmana (1824-1826), cuando muchos más bengalíes de la Bengala Oriental británica vinieron a establecerse en Arakán. Desde entonces, podemos hablar de muchas generaciones.
No obstante, según Amnistía Internacional, durante el gobierno de la junta militar (1962-2011), los musulmanes rohinyás sufrieron violaciones a sus derechos humanos que propicio la huida a Bangladés. Tras la disolución de la junta militar, nos encontramos con un proceso de democratización con muchos agujeros negros y que se inicia con un episodio de extrema violencia antimusulmana en mayo de 2012 instigada por el movimiento 969, liderado por el monje budista Ashin Wirathu. Entonces, hubo un saldo de casi 90 muertos y unos 90.000 desplazados -según los residentes- y de 50 muertos y 60.000 desplazados -según el Gobierno. Episodios que se repetirán con posterioridad y que han convertido a los rohinyás en una de las minorías más perseguidas del mundo: si Birmania les niega la nacionalidad y los considera inmigrantes bangladesís ilegales porque no han podido acreditar que estuvieran antes de primera guerra contra los ingleses como exige la ley, Bangladesh no ve a los rohinyás como refugiados y su política oficial es la de no permitirles entrar.
Los Verdes nos preguntamos cómo un país, la República de la Unión de Myanmar, que dice avanzar en un proceso de democratización, puede condenar a más de un millón de personas a quedarse sin patria y puede ayudarse, para ello, del fundamentalismo budista y del ejército con acciones propias de gobiernos genocidas.
Una vez más un conflicto racista se mezcla con una guerra de religión y se convierte en una limpieza étnica horrorosa y terrible hacia una minoría étnica.
Los Verdes planteamos la solución de cualquier conflicto utilizando paradigmas al margen de los utilizados –y que se plantean muchas veces como irresolubles- de fronteras, estados, nacionalismos, pueblos… y que, la mayoría de las veces, son el resultado de las políticas de expansión nacionalista de los estados europeos de los siglos XIX y XX y que tantas muertes y destrucción produjeron y producen aún hoy. Sin que asuman –las potencias coloniales- las consecuencias de sus políticas.
La no-violencia, la ternura y la paz, en la resolución de conflictos, nos obliga a destacar los derechos humanos por delante de cualquier otra consideración. Se ha de priorizar el bienestar de las personas por encima de todo. Hay que darle la mayor de las oportunidades a la paz, a las personas y a la no-violencia en la resolución de conflictos. Ningún sufrimiento, ninguna muerte puede justificarse en beneficio de nada. El fin no justifica ningún medio.
En ese sentido apelamos y exigimos el compromiso irrenunciable de los organismos internacionales que han de estar prestos a poner todos los medios para detener los conflictos: cascos azules de intermediación, control de la venta de armas a zonas potencialmente peligrosas, detención de los responsables poniéndolos a disposición de los tribunales internacionales, legislación estricta para los crímenes de guerra y para los responsables de la violencia, sanciones inmediatas para los estados que incumplan alguna de las resoluciones.
La revolución verde, nuestra revolución pacífica y no violenta, pasa por la lucha sin cuartel, verde y rebelde, a favor de la paz y de los derechos de las ciudadanas y de los ciudadanos del mundo.