Lo que algunos medios han calificado como “histórica manifestación” a favor de los toros en Valencia del pasado 13 de marzo, tal vez, porque nadie esperaba que el desprestigiado y ampliamente rechazado mundo de los toros fuera capaz de reunir a 10.000 protaurinos -según el Delegado del Gobierno del PP que no creo que haya rebajado la cifra a la vista de personajes tan populares como Camps o Bonig que participaron en la misma y que no necesitaron ninguno de los autobuses gratuitos que se habilitaron, todo sea dicho-, ha reabierto un debate -nunca cerrado- cuyo principal protagonista ha sido Joan Ribó, alcalde de Valencia y miembro destacado de la coalición Compromís, con su propuesta de reconvertir la “Fiesta Nacional” en algo más light como son -siempre según el alcalde- los toros a la portuguesa para «avanzar en el respeto» y contra el maltrato.
Ximo Puig, presidente de la Generalitat valenciana, por contra, con su frase «No soy un experto taurino«, si bien reconocía la “experiencia” del alcalde de Valencia, eludía entrar en un debate -más sabe el diablo por viejo que por diablo- del que podía salir escaldado con antecedentes -el PSOE no carece de expertos- como el de pasar la tauromaquia y actividades taurinas de Interior a Cultura cuando Rubalcaba o González-Sinde -ministros del Interior y de Cultura respectivamente- acordaron, en julio de 2011, una “incardinación más correcta” -cambio estético según los protaurinos- o como cuando, en julio de 2015, su Consell -las competencias del sector están transferidas a las comunidades autónomas- nos sorprendía con que solo autorizaría «bous al carrer» en los municipios que acreditasen “tradición”.
Como Puig, Ribó, también, es diablo viejo -toda norma tiene su excepción- aunque parece que se ha dejado llevar por lo que espero que no se convierta en una moda en la “nueva” política: reivindicar toros a la portuguesa. No hace mucho, con motivo de su Feria, Podemos Olivenza argumentaba que ”La sociedad exige que no se torture hasta la muerte a los animales en un espectáculo público. (…) es lo moderno y lo esperable de un país civilizado. Como lo es, sin ir más lejos, en la vecina Portugal”.
Por supuesto, entiendo que Joan Ribó, como experto taurino, haya prescindido de contrastar su visión idílica de la tauromaquía en el país vecino con sus compañeros de coalición, concretamente, con los de VerdsEquo (unión de Els Verds-Esquerra Ecologista, una microescición de Els Verds protagonizada por el primer tránsfuga verde del estado español y Equo). Por su parte, también, VerdsEquo ha prescindido de valorar la “síntesis” que propone Ribó aunque no sé si por desconocimiento de la realidad portuguesa o porque están totalmente de acuerdo con lo “moderno”.
Sin embargo, desde Portugal, asociaciones por los derechos de los animales constatan un descenso de los espectáculos taurinos así como del número de espectadores año tras año y lo relacionan con un mayor conocimiento e información sobre el espectáculo por parte de la sociedad. En palabras de Sérgio Caetano, miembro de la Plataforma Portuguesa por la Abolición de las Corridas (Basta), «Hace unos años las personas pensaban que en las corridas a la portuguesa el animal no moría, y que no sufría tanto como en España«. Sin olvidar el maltrato previo a las corridas, el trato al animal, en Portugal, es igualmente cruel al prolongarse más su muerte tras ser agredido por banderillas, aunque no ocurre en la plaza sino en el corral al finalizar el espectáculo y, en ocasiones, al día siguiente cuando llega el matarife.
Solo en una población, Barrancos, se ha seguido matando el toro como excepción única a ley portuguesa de 1928 -que prohibió el espectáculo taurino con muerte- y sigue siendo la única tras la descriminalización de esta práctica en el año 2000 lo que es un dato significativo: el negocio de las ganaderías de toros de lidia puede continuar con o sin muerte en la arena aunque no sin todo tipo de ayudas directas o indirectas cada día más cuestionadas por la sociedad civil que considera repugnante subvencionar el maltrato de animales con fondos públicos.
Por lo tanto, le aconsejaría a Joan Ribó que ejerciera más de antitaurino -si lo es- que de experto en tauromaquia lusitana… yo, de Portugal, me quedo con el fado.